Kontiki

Por Diego Flow.


¡Hola! Soy Diego Flores, pero por cuestiones de la globalización y la vida, muchos me conocen como Diego Flow.

Hace seis años, a mis treinta y medio, decidí aprender a correr olas tras haberlo postergado por dieciséis años en total. El lugar elegido para esta nueva etapa de mi vida fue nada más y nada menos que Puerto Escondido, a pesar de los intentos de disuasión de mis amigos, preocupados por mi integridad física.

Felizmente encontré la forma de sobrevivir, y actualmente vivo entre México y Perú, con algunos otros destinos entre medio. Y es de mi agrado comunicar que las olas siguen guiando mi vida.

En las siguientes semanas. Y espero que meses (y quién sabe si años), tendré la dicha de compartir en este espacio tantas anécdotas como pueda recordar a lo largo de este hermoso camino de aprendizajes, frustraciones, desafíos y alegrías que me ha brindado el surf.

Y aquí les dejo la primera.


Punta Hermosa me estaba enamorando cada vez más. Venía de una buena racha de cuatro días con sol, en pleno Julio, desde ese jueves dieciocho en que vine al departamento de Poblets.

Los cuatro primeros días habían sido mágicos. Había corrido ya cinco olas diferentes, con tres tablas diferentes: una longboard, una twin fin de cola redonda, y una shortboard. Fue mi primera vez en una de estas cinco olas, dos días antes, llevado por Paulo, y el atardecer ahí cerró en un espectáculo de una luna llena gigante y naranja, igual de naranja que el sol, del mismo tamaño que el sol, a la misma altura del sol con respecto al horizonte, muy bajito. Esa será otra historia. Muy difícil de plasmar esa emoción extrema que todos sentimos en el agua, en estas palabras.

Mucha comida hermosa que siempre extraño tanto, muchos amigos que se convertían en más amigos, muchos juegos de mesa, muchas conversaciones profundas, productivas y cargadas de buenas vibras. Todo esto acompañaba cada día soleado y de buenas y variadas olas.

Ya desde hace unos días estaba intentando coordinar con Juan Diego, otro de los amigos que siempre veo en mis últimas visitas. Conectados últimamente por el mar, pero desde siempre enlazados por otras coincidencias entre nuestras familias desde antes de nuestros nacimientos (mis padres y mi hermano mayor vivieron en la casa de su abuela, “La Mamama”, por unos años).

Juan Diego es una persona que vivió la vida diferente a mis ojos, al menos. Siempre buscando su propia libertad, desde distintas perspectivas de vida, y hasta ahora lo hace. Hace unos años retomó el surf con más fuerza, y decidido a entrenar más para sentirse confiado en condiciones de olas grandes, que se van convirtiendo de a pocos en su pasión principal.

– “Tikilandia” – me llega un mensaje de WhatsApp acompañado de una foto de una ola a lo lejos, a unos novecientos metros desde un balcón a cien metros de la costa. El mensaje de Juan Diego había llegado a mi celular un sábado de mañana, mientras yo me encontraba surfeando una muy buena sesión en La Isla con mi Twin Fin “Almost Single”, donada por Kevin en Puerto Escondido, a la que le agarré mucho cariño y decidí traerla a Lima para los días de olas gordas.

El lunes vendría un swell. El primero desde que llegué a Perú hacía un par de semanas. El Domingo, con Poblets, corrimos muy tranquilos, porque el Sábado para mí fue doble sesión, y no hubo comunicación con Juan Diego. Para él, había sido la celebración de cumpleaños de Paula, su novia, en Lima. Creo que se explica solo.

Se acercaba la noche del Domingo y yo me ponía ansioso porque no había un plan concreto para correr alguna ola grande como yo quería con algún swell desde que llegué, y así me fui a dormir, resignado y esperando al menos correr algo improvisado al día siguiente.

Al día siguiente, muy temprano, me desperté habiendo dormido poco, y sin esperanzas de correr. Había conversado un poco con Poblets para ir a entrenar al “CO” a las 7 u 8am, pero él había regresado a la medianoche, entonces tampoco tenía esperanzas de eso.

Finalmente lo convencí de ir al entrenamiento de las 9am, y luego correr algo tranquilo a la hora de almuerzo. Y así son las estrellas, que se alinean, y los amigos que te dejan con la incertidumbre hasta última hora, como lo es Juan Diego.

– Me voy a meter 10:30-11am a Kontiki creo – recibo esa información, a una hora de yo ir al entrenamiento, de nueve a diez de la mañana.
– Ta mare, me cagas. Espérame a que vuelva. ¿La 8 sirve? ¿Crees que ese functional me destruirá?🤣- le respondo un poco ansioso con un contraataque de preguntas.
– Sí. Y sí, jaja
– Aunque sí la hago. Soy un súper hombre.
– Jajaja. con todo.
– Dura una hora nomás. Entonces no te vayas sin mí.

Yo estaba decidido, y cargado de energías de esos 4 días perfectos hasta el momento. Me sentía capaz.

– Puedo estar ahí 11 en punto.
– Oe yo estoy bajando 10:30, cae antes – responde Juan Diego apoyándome – Igual después de ese entrenamiento no sé qué tantas ganas tengas de surfear. Jajaja
– Ya. Sí voy a ir. Estate atento no me dejes pendejo. Estoy con un culo de energía. Me tomo un taxi.
– Okok

A las diez con ocho, volví a la casa de Poblets a buscar mi wetsuit después de un entrenamiento bastante fuerte de una hora, y salí a caminar rápido al departamento de Paula, donde estaba Juan Diego, a unos treinta minutos, muy cerca de la entrada a la playa. Me dijo que podía relajarme un poco, porque todavía la marea iba a seguir bajando y el viento no estaba entrando.

Los barrios de Punta Hermosa son tan bonitos, en el medio de un clima tan desértico y tan poco poblados durante el invierno que tienen una magia envolvente, y te da esa sensación de conexión con la vida misma, de que todo puede estar bien, en especial si estás por meterte a una ola por primera vez, un lunes a las once de la mañana.

El departamento de Paula es un típico lar playero de esos que mis sentidos conocen desde muy temprano en mi vida. Mi familia nunca frecuentó mucho el sur cuando yo pequeño, pero las veces que lo hicimos me bastaron para formarme una idea de lo que era una casita o depita de playa, y por consiguiente gran parte de lo que para mí significaba “playa”.

Paredes blancas con varandas y marcos de madera o en ocasiones pintadas de azul. Eso es. La vista desde el balcón de toda la bahía de Punta Hermosa es un placer para los ojos, en especial en estos días especiales soleados que no paraban de venir.

Mientras me cambiaba, me di cuenta que no había ido al baño y que iba a sentir esa necesidad pronto, pero yo estaba en un estado de semi-trance por todas las emociones acumuladas en mi experiencia puntahermosina que se me pasó pensarlo una segunda vez, y ya estaba muy cambiado como para quitarme el wetsuit de nuevo.

Juan Diego tenía una gun ocho cero para mí, Wayo Whilar, misma que ya me había prestado hace unos tres meses para meterme a Peñascal. Y él tenía una diez pies, que pude experimentar también durante la sesión.

Tomó una cuchara y recogió un poco de harina de coca mezclada con algo más que no recuerdo, y se lo metió entre la encía y el cachete izquierdo. Me dijo que hiciera lo mismo, y que lo dejara ahí sin pasar, que me podía servir para tener energía durante la sesión. Lo imité, pero con una porción más pequeña. Creo que lo hice así por miedo a mi exceso de energía a pesar de haber estado durmiendo tan poco los últimos días y haber estado tan activo físicamente. No quería colapsar en el medio del mar, digamos.

Bajamos. En la entrada del edificio estaba el papá de Paula, persona muy peculiar, buena gente, haciendo bromas palomillas de todo lo que podía ocurrírsele y sin muchos filtros. Me olvidé de ponerme el zinc. Subí. Bajé. – ¿¡Qué es eso!? – me gritó en la cara. Yo no sé si se hacía el gracioso o de verdad no lo sabía, así que le expliqué.

Interanamente estaba un poco tenso, así que esa conversación ayudó a relajarme un poco. Si bien la ola de Kontiki no es de mucha consecuencia, no deja de ser una ola grande y a la que la gente respeta. Cuando Paula me vio sin chaleco, metiéndome por primera vez, se sorprendió y me dijo que le parecía no tan normal que estuviera yendo así, pero que posiblemente tenía sentido porque yo ya estaba acostumbrado a Zicatela. Pero no lo estaba, y esas palabras me habían puesto un poco nervioso, previo a las conversaciones ligeras con su papá minutos después.

Bajamos a la arena, unos 5 minutos de caminata, para ponernos a calentar y estirar un poco. Juan Diego, creo que sin querer, me dio confianza porque no habló mucho de que fuera una ola que te puede dar miedo en algún momento. Creo que lo que te dicen las personas que te conocen, y ya han estado en determinado lugar, puede hacer una gran diferencia en cómo tu mente se prepara. Yo recuerdo haber hablado antes de Kontiki con otra gente personas, y le tenían miedo y mucho respeto, y cuando te
cuentan de alguna experiencia, sientes un miedo extraño a través su voz. El mismo Juan Diego usó chaleco por mucho tiempo hasta que otro amigo, Beto, lo obligó a meterse sin, porque ya era demasiado. Creo que le daba vergüenza ajena.

No sé si la remada toma diez o quince minutos, pero definitivamente es larga hasta el point. Un poco antes de llegar, paramos y Juan Diego me explicó sus dos puntos de referencia, un pino alineado con un edificio específico debajo de él, y el extremo de la Isla alineada con los edificios que aparecen atrás. Me dio seguridad, y la verdad, que fue un súper punto de referencia. Claro que, como ya saben los lectores, eran días soleados. Puedo imaginar que hay días que no ves ninguno de esos puntos y tienes que adivinar un poco, en caso quieras ir.

Cuando íbamos llegando, empezamos a divisar a Steve. Un australiano de 72 años que se mudó a Punta Hermosa hace aproximadamente unos 8 meses, al darse cuenta que vivir en Australia ya no tenía sentido como retirado, con precios exorbitantes, y lejos del mar. Una persona con muy buena vibra, que va a Kontiki cada vez que ve una ola salir. Vive en un surfcamp al frente de la ola, y no necesita más. Se cocina su comida todos los días, y vive tranquilo esperando a surfear al día siguiente. Personas como él son para mí ejemplos a seguir.

Steve nos comentó, cuando nos encontramos, que las condiciones se estaban poniendo mejor, y que una hora antes, cuando él estaba llegando, se le acercaron delfines gigantes. Muy cerquita, de bienvenida. Estaba pasando una buena sesión.

Entonces había llegado ya. Al lineup de una ola nueva para mí. Es increíble. Siempre. Una sensación que no pasa de moda, el estar por primera vez a punto de conocer una nueva ola. Una nueva sensación por explorar, nuevos miedos, nuevas curiosidades, la inevitable comparación con tus olas del pasado. Entonces es como una pequeña (o en casos muy grande) sensación de ansiedad que te invade, que te motiva a agarrar esa primera ola, pero a la vez te detiene un poco, porque todo eso arriba descrito que pasa por tu mente, está a punto de ser reemplazado para siempre con la experiencia real del momento de la primera ola. Y muchas veces esa primera ola es un shock, un momento corto, un drop, del que ya no te acuerdas mucho, pero que te puede liberar de toda esa tensión que te estaba paralizando, gracias a esa fiesta interna de serotoninas, adrenalinas, endorfinas y quién sabe que otras ninas.

Ese instante que te hace sentir que, así hayas bajado una ola promedio o por debajo del promedio, ya has cumplido un objetivo.

Segundos después, las ninas se regulan y se reorganizan de nuevo, y estás listo para la segunda. Ahora sí con más técnica, con mejor lectura. ¿Dónde me pongo?, ¿Cómo recorro más pared?, ¿Cómo hago para que el drop se sienta más extremo pero aún así no tan peligroso?, ¿Debería ver el pino muy a la derecha o me va a comer la serie?, ¿Debería ver los edificios muy entrados?, ¿O no voy a agarrar ni una ola desde ahí?, ¿Podré carvear con esta tabla con comodidad? Y luego respiras.

Ese día, veintidós de Julio del dos mil veinticuatro, había sol. No había viento. La textura de las paredes se volvía cada vez más hermosa ante mis ojos. El azul era azul. Azul naturaleza. El celeste del cielo. El marrón tierra de La Isla. Estábamos en el medio del mar, lejos de todo lo que sea que te espera ahí en tierra. Un kilómetro lejos. Las olas enrollándose y bajando como una miniavalancha eran hipnotizantes. Algo invadía mi pecho y empujaba una sonrisa imposible de esconder. Podíamos ser animales por un par de horas, solamente esperando a disfrutar una y otra vez de la sensación que es bajar una ola tan larga, que te da tanta velocidad, a la par de los pelícanos, gaviotas, patos que pasaban por ahí. ¿No es ese el máximo privilegio que un ser humano puede experimentar? Estábamos en el momento. Más olas vinieron, y mejores, combinado con mi creciente entendimento de la ola.

Estos factores locos hicieron de esta sesión una de las mejores sesiones de mi vida. Estaba en agradecimiento constante, no pudiendo creer no solo ese momento ni ese día, sino toda mi semana, con la gente con la que estaba compartiendo, la naturaleza, los juegos de mesa, los vinos, el sentimiento de alegría que Punta me estaba dando.

Empecé a meterme más profundo en la pared para tomar la ola, que me permitió agarrar unas olas un poco más verticales, como mi única derecha, en la que sentí que solo enganché el riel derecho desde el inicio me metí un bajón muy rápido. Tuve una party wave con Juan Diego, muy divertida, él más deep, yo más afuera. También llegaron un par de rachas en la cabeza, que me dieron más confianza porque me di cuenta que no te tenían tanto tiempo bajo el agua, ni tampoco eran extremadamente fuertes. Otras
varias izquierdas también fueron muy rápidas, en las que tuve que saltar bien adelante en la tabla mientras me paraba para que la ola no me dejara arriba. En estas olas pude recorrer secciones, hacer reentres hasta la espuma de nuevo. Hermoso. Estaba enamorado.

Steve eventualmente agarró una ola para salir, y un par de olas despúes Juan Diego y yo estábamos también listos para regresar. Mientras le agradecía a mi buen amigo por haberme llevado a ese lugar tan impresionante, a unos cincuenta metros de nosotros empezamos a divisar delfines gigantes, como si la experiencia ya no hubiera sido perfecta, pero supongo que siempre podía mejorar. Empezaron a dar algunos saltos pequeños y relajados, alguno se acercó muchísimo al despegarse del grupo.

De pronto, a unos veinte metros nuestro, mientras los dos mirábamos atentamente al lugar por donde sospechábamos que estaban, al menos ocho delfines enormes saltaron, todos al mismo tiempo, todos despegados del agua al menos un metro cada uno, y en dirección a nosotros. Nunca vi nada así, en especial en un contexto como este, en donde la perfección podía superar a la perfección. Y me cuesta transmitir la emoción que sentí en ese momento. Pero espero que mi insistencia en decir que me cuesta, ayude un poco a la transmisión.

Luego de la escena estelar del día, vino una nueva serie, y pudimos agarrar nuestra segunda party wave, que nos la llevamos hasta el final, a modo celebratorio.

A Kontiki volvería.

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